9 de abril de 2014

Forjador de Reyes - Diario de una exploración (1)


"Cada golpe que le dieron era una cuenta atrás.
Y ahora corre hacia el bosque,
su fortaleza, su nuevo hogar.
Y en los árboles escucha
voces de tiempos remotos.
Ha elegido caminar hacia lo salvaje." 

Aprovechando que el mar Interior pasa por Golarion, y como hace unos días pude pillarme finalmente el Bestiario de Pathfinder (que junto con las reglas básicas es el corpus mínimo necesario para adentrarse en este D&D 3.75), decidí llevarme a mis jugadores a las Tierras Robadas e iniciar con ellos la Senda de aventuras Forjador de reyes (Kingmaker), que los de Paizo han dedicado a uno de los estilos de aventuras que más me fascina, el estilo sandbox (o aventura no lineal), del que ya hablé largo y tendido en su momento. Además, de esa forma mato varios pájaros de un tiro: por un lado, hago tiempo hasta que me haga con la sexta edición de RuneQuest en castellano; por otro, "playtesteo" la traducción de la Senda de aventuras en la que ando trabajando y así detecto y pulo los errores que se me puedan haber escapado; y por último, tengo a los jugadores entretenidos con este pedazo de aventura.

Así que, mientras el tiempo y las ganas me lo permitan, aquí os iré dejando un diario de las partidas, y aunque se han escrito desde el punto de vista de uno de los jugadores, está claro que puede haber ¡¡SPOILERS!! gordos. Así que ya sabes: si crees que vas a jugar Forjador de reyes, lee el siguiente diario bajo tu propia responsabilidad. Y el que avisa, ya sabes lo que no es...
El grupo de personajes: Andrieriel, Gromor y Furin

Día 1

Llevo sólo un día en las Tierras Robadas, un único día en esta puta región, y tengo moratones hasta en la barba. Y ya no hablemos de mis compañeros, que andan ahora tirados en cualquier cama más muertos que vivos.

Pero en fín, esto es lo que hay. Que ya lo decía mi padre: para ganar oro, hay que partirse el culo o que te lo partan. Y a fe de Torag, que yo me estoy ganando sobradamente el sueldo.

Por si le interesa a quien lea en el futuro este diario, que escribo más por obligación que por placer, me llamo Furin y vengo de Brunderton, una población minera de Rostlandia, al norte de donde ahora me encuentro y, en parte, culpable de mis moratones. Y es que esta región de Brevoy (que es el reino al que pertenece), lleva un tiempo aguantando los desplantes y aguijonazos, por decirlo en plan bonito, de los muchos bandidos que abarrotan su frontera sur. En cualquier nación civilizada la solución acostumbra a ser tan rápida como efectiva: se coge a tantos bandidos como se pueda y se los cuelga como peras de un árbol. Pero aquí la cosa es un pelín más complicada, ya que al sur de Rostlandia se encuentran las Tierras Robadas, una zona salvaje y despoblada en la que los bandidos encuentran refugio y donde, como las cucarachas que son, nacen, crecen y se reproducen. Y para eso estamos aquí, para desinfectar la zona de toda alimaña con dos patas que nos encontremos. Y si de paso cartografiamos la región para futuras referencias/guerras/invasiones/colonizaciones, pues mucho mejor.

Por eso mismo, cuando ayer llegamos a este puesto comercial, un antiguo fuerte fronterizo transformado en emporio para uso y disfrute de cuantos cazadores y tramperos pueblan la zona y que es el último baluarte civilizado (por decir algo) que vamos a ver en mucho tiempo, sus dueños, Oleg y Sletvana Leveton, nos creyeron caídos del cielo, y a punto estuvimos de acabar allí, os lo puedo asegurar. Y es que los Leveton llevaban varios meses sufriendo los saqueos de esos mismos bandidos, que bajo amenazas y coacciones, venían todos los meses y se llevaban por la cara todo lo que el matrimonio había conseguido en sus trueques y ventas. Y mira tú por donde, se los esperaba para el día siguiente. Aunque creíamos que tardariamos algo más de tiempo en "confraternizar" con la población criminal local, estaba claro que sin saberlo nos mandaban un cómite de bienvenida nada más pisar el Cinturón Verde (la franja de las Tierras Robadas que nos tocaba "limpiar" y cartografiar). Y a fe mía, que estariamos preparados.

Andamos todo el día planificando la mejor forma de darles una merecida bienvenida, diseñando métodos, colocando trampas y decidiendo posibles puestos de guardia. Y como en esta vida, todo llega, llegó también el amanecer y cuando Andrieriel, nuestra elfa exploradora, nos avisó que se acercaban cuatro jinetes al puesto comercial, nos encomendamos a nuestros muchos dioses y nos preparamos para recibir a nuestros desprevenidos visitantes.

El jefe de los bandidos (o eso parecía)
Entraron como si fueran los dueños del cortijo: en tromba, riendo, blasfemando y gritando, asegurando entre carcajadas que eran "recaudadores de impuestos". La leche que mamaron. Pero nuestro pequeño comité ya estaba dispuesto e iniciamos la operación "Amantes bandidos": como si fuéramos un solo hombre, actúamos al unísono y, modestia aparte, tódo salió a pedir de boca. Gromor emergió de detrás de un carro y de un golpe cerró el portón de entrada al puesto comercial (es lo que tiene ser un semiogro bárbaro). Al mismo tiempo, apunté con mi ballesta desde mi escondite y ¡bingo!: mi virote incendiario se clavó justo a los pies de uno de los bandidos. "Que paquete" pensarás, pero ni mucho menos, querido lector: habíamos vertido varios litros de aceite de lámpara en el suelo del patio de entrada y lo habíamos tapado con paja, con lo que el virote prendió el aceite y en un momento, los pies de los bandidos eran masajeados con loción de llamas, al tiempo que los caballos se desbocaban. Y mientras eran víctimas de la más absoluta y desgradable de las sorpresas, Gromor ya se había acercado a uno de ellos y lo había convertido en loncha de fiambre bandido con un golpe de su gran hacha (¿os he dicho ya que es un semiogro bárbaro?).

Claro que lo que te dan los dioses, los dioses te lo quitan. Y lo que pasó en los siguientes momentos ya no sé si fue producto de una absoluta y tajante inexperiencia por parte de nosotros, o es que los bandidos contaban con más recursos de los esperados y supieron rehacerse con prontitud. Lo único seguro es que unos minutos después, y tras conseguir abatir Andrieriel a otro de ellos, sólo quedaba yo en pie: a la elfa la ensartó de tres flechazos el que parecía su líder y a Gromor lo abatió otro de ellos, que tras esquivar muy hábilmente la pesada y mortal hacha del semiorco, lo había picoteado varias veces con su espada corta hasta que el bárbaro se desplomó por sus muchas heridas.

Así que aquí me veis, enfrentándome yo solo a los dos bandidos que restaban, y aunque he sido adiestrado en las artes de la guerra, mi padre siempre me lo avisaba: aunque tengas dos ojos, no podrás mirar a dos enemigos al mismo tiempo. Y así era, que aunque trataba denodamente de aguantar sus ataques, el cansancio y las heridas ya empezaban a hacer mella en mi. Por suerte, parece que no estaba escrita mi muerte para ese día, porque conseguí tras muchos esfuerzos meterle al que parecía el líder de aquellas sabandijas cuarto y mitad de hacha entre los pectorales y lo abatí con algo de esfuerzo. Pero lo que fue de verdad un alivio para mí, que andaba así así, es que el último bandido tuviera un repentino ataque de lucidez y dejando caer su espada al suelo, optara por lo más sensato, que era rendirse.

Y así estamos ahora: dos compañeros abatidos, aunque espero que se recuperarán de sus heridas gracias a los cuidados de la buena de Sletvana, y el que os escribe más muerto que vivo. Aunque no pienso moverse de este puesto comercial hasta que mi cuerpo no recupere la movilidad en algunas de sus partes y el color en las restantes, porque si esto es lo que nos depara el primer día en las Tierras Robadas, no quiero ni imaginarme lo que nos aguarda ahí fuera.

Pero hasta que ese día llegue, creo que voy a entretenerme con el bandido que se rindió. Estoy deseando jugar al julepe cheliaxiano con su culo hasta que hable en dracónico. Por la gloria de mi padre.